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La tierra de mis antepasados: la alpujarra granadina

marzo 18, 2012

Me gusta estar con mis padres. Este puente del día del padre lo pasamos con ellos en Almuñecar, la costa tropical de Granada. Y hemos visitado la tierra de mis antepasados paternos: las alpujarras granadinas. En concreto, Pampaneira, Bubión y Capileira.

No podría contar cuántas veces he venido desde que era pequeña. Pero no me canso. Es como volver al origen. Lo que más me impresiona no es la arquitectura de sus pueblos. Su morfología de calles empinadas, estrechas, retorcidas y casas encaladas me resulta familiar, entrañable, acogedora, limpia. Lo que más me impresiona es el impacto del turismo, que decide de repente ponerla de moda y llenar sus calles con tiendas de artesanía, bares, teterías y tiendas de productos típicos de la tierra.

En mi infancia, Pampaneira era un pueblo «de verdad». Es posible que solo hubiera un bar, una panadería, una lechería y una tienda de comestibles. El silencio solo se veía interrumpido por el sonido del viento, el cantar de los pájaros y algún gato al que le diera por maullar.

La casa de mi tía abuela Encarnación, hermana de mi abuela Expiración, tiene vistas al Veleta y hermosas vigas de madera en su interior. Hace años que falleció, y la casa es solo visitada de manera ocasional por sus descendientes. Siempre había ristras de ñoras (pimientos rojos secos) secándose por doquier, y quizás algunas mazorcas de maíz. Y lo mejor, reinando en el amplio salón, una gran chimenea encendida y una mesa camilla con brasero, que hacía las delicias de las frías noches de invierno.

Aún recuerdo el entierro de mi bisabuela allí. Murió a los 99 mientras su hija le peinaba sus cabellos de plata para recogerlos en un moño. Puedo verla dormida en la cama, junto a las mesillas de madera y mármol. Debía tener 4 o 5 años y mi abuela se empeñó en que besara sus frías mejillas mientras yacía esperando su mortaja. La caja saliendo por el soportal, y la procesión en silencio hasta el campo santo.  Años después aún tenía pesadillas. Imaginaba que su espíritu venía a verme y me asustaba.

Mi padre, desde niño, solía cazar con mi abuelo por esos montes circundantes al Veleta. Siempre me dice que cuando muera quiere que esparzamos sus cenizas allí. Esa imagen me produce cierta congoja y hoy, cuando admirábamos su cumbre desde Pampaneira, se me encogía el corazón a la vez que disfrutaba del hecho de tenerle aún aquí.

La artesanía alpujarreña, que prolifera por las calles principales como llamada al turismo, puede considerarse heredera de los pueblos que habitaron la comarca en el pasado: mozárabes, árabes, moriscos, etc. Lo más importante y que conserva mayor tradición es la confección de tejidos, especialmente jarapas.

Como mañana es el día del padre, he contribuido a la generación de empleo local regalándole un gorro de esos calentitos que tapan las orejas y se cierran en el mentón, para que no pase frío cuando pasea a Nestor en bicicleta. Luego, a cambio, me ha regalado una tetera rosa que se me ha encaprichado en una tetería, donde hemos disfrutado de un delicioso té moruno.

Si vienes alguna vez, come migas, chistorra, potaje de hinojos y pestiños. No tiene sentido venir y acabar en una pizzería o comerte un bocadillo. Bebe agua fresca de sierra nevada en las fuentes de agua potable. La de San Antonio, promete ayudarte a encontrar marido (o mujer) si eres soltero. No tengas prisa. Da muchos paseos. Respira profundo. Y si encuentras algún vagabundo ciego…»Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada».

 

 


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